Por Norbert Schady.
El 20 y 21 de abril se celebró en la Universidad de Chicago la conferencia “Investing in early Childhood: A Global Perspective on the Interplay between Family and Interventions” [Inversión en primera infancia: una mirada global a la interacción entre la familia y las intervenciones]. La conferencia reunió a ponentes de diversas disciplinas, como economistas, filósofos, expertos en desarrollo infantil y neurólogos, entre otros. Algunas de las presentaciones se basaron en experiencias de los Estados Unidos y otras en casos de países en vías de desarrollo (de América Latina y el Caribe, se habló sobre Brasil, Colombia, Ecuador, Guatemala y Jamaica).
A pesar de la gran variedad de temas que se trataron en la conferencia, hubo tres que se destacaron por su particular importancia. En primer lugar, existe un consenso en cuanto a que el costo de mitigar déficits que se producen durante la primera infancia una vez que el individuo alcanza la edad adulta puede ser muy elevado. Pero, ¿es mejor la intervención temprana en todos los casos? Varios de los ponentes hicieron hincapié en el hecho de que muchas intervenciones a escala dirigidas a niños menores de dos años, tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en vías de desarrollo, han arrojado resultados desalentadores. ¿Debería entonces ponerse mayor énfasis en niños algo mayores, de 3 a 5 años quizás? En segundo lugar, ¿hasta qué punto las intervenciones públicas de alta calidad pueden compensar las carencias del entorno familiar? Por último, ¿cómo interactúan entre sí las intervenciones realizadas en diferentes etapas del ciclo de vida (incluidas aquellas que tienen lugar en diferentes momentos de la primera infancia)?
Mi ponencia se tituló “ECD in Latin America and the Caribbean: The evidence” [Desarrollo infantil temprano en América Latina y el Caribe: la evidencia]. En ella enfaticé una serie de características destacadas de la región. En primer lugar, en muchos países (particularmente algunos de Centroamérica y la Región Andina) se registran altos niveles de desnutrición crónica (baja talla para la edad de los niños). En segundo lugar, si bien sólo existen datos para unos pocos países, hay evidencia de que existen enormes déficits y gradientes socioeconómicos pronunciados en el desarrollo cognitivo y del lenguaje durante la primera infancia. En Ecuador, por ejemplo, los niños más pobres de zonas rurales tienen un atraso de más de un año al momento de ingresar a la escuela. En tercer lugar, la calidad de la atención que reciben los niños pequeños que asisten a guarderías u otros centros de cuidado infantil parece ser muy baja.
En la presentación analicé también los datos correspondientes al impacto de una serie de políticas sobre el desarrollo de los niños en la primera infancia. En Jamaica, y más recientemente en Colombia, los programas de visitas domiciliarias que tienen por objetivo mejorar la estimulación temprana y el entorno familiar, han mejorado el desarrollo cognitivo de los niños. Además, en Jamaica, el efecto de estas intervenciones se ha mantenido por más de veinte años. El brindar un suplemento alimenticio a niños pequeños en Guatemala también tuvo efectos duraderos. En Argentina y Uruguay, la enseñanza preescolar para niños de 4 y 5 años de edad mejoró su rendimiento en pruebas escolares subsiguientes, además de aumentar, en promedio, el número de años de escolarización de estos niños. Por otra parte, los resultados de evaluaciones rigurosas del impacto de la atención brindada en guarderías a niños muy pequeños no suelen mostrar que dicha atención tenga efectos positivos en el desarrollo infantil (aunque los programas facilitan la inserción de la mujer en la fuerza de trabajo). Por último, los programas de transferencia monetarias condicionadas como los que se han puesto en práctica en varios países (Brasil, Colombia, Ecuador y México, entre otros) pueden tener efectos moderados en el desarrollo infantil, pero únicamente en aquellos casos en que se logra modificar las conductas de los padres y otros cuidadores en el hogar.
Norbert Schady es el Asesor Económico Principal para el Sector Social en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Tiene varias publicaciones en temas de desarrollo infantil en Latinoamérica.
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