Las trabajadoras de América Latina cuentan con tres meses de licencia por maternidad, período que es inferior al límite mínimo de 14 semanas establecido por el Convenio 183 sobre la Protección a la Maternidad de la OIT, señala el Boletín Desafíos Nº12 de la CEPAL y UNICEF. Cuba y Venezuela, por otro lado, otorgan licencias de 18 semanas con el 100% del salario de la trabajadora, Chile, seis meses desde 2011, y Brasil, seis meses para las servidoras públicas con 100% del salario. En el caso de Bolivia y Venezuela, la trabajadora embarazada tiene su puesto asegurado durante el embarazo y por un periodo de un año después del parto; y en Chile y Panamá, se asegura la continuidad en el puesto hasta 12 meses luego de concluido el periodo de licencia de maternidad (o sea, un promedio de 15 meses).
Justamente, la Ministra Chilena del Trabajo y Previsión Social, Evelyn Matthei, señaló en un Seminario en el Centro de Microdatos en noviembre que “la extensión del posnatal a 6 meses ayuda a que las mujeres permanezcan en el mercado del trabajo […] pero hay otros obstáculos, como la ley 203. Una de las razones que explica la baja tasa de participación femenina Chilena en la fuerza de trabajo es esta ley que obliga a las empresas de 20 o más trabajadoras a pagar la sala cuna: Actualmente, contratar a un hombre por el sueldo mínimo le cuesta a la empresa $182.000, pero contratar a una mujer cuesta $330.000. Al final eso hace que las mujeres ganen menos, porque la empresa en la práctica le descuenta el costo de la sala cuna, que llega a $150.000 al mes”.
Ahora, ¿por qué es algo deseable la extensión de las licencias de maternidad pagas cuando esto le cuesta tanto al Estado? ¿Se trata de una política costo-efectiva? Y la misma pregunta con respecto a los jardines infantiles/salas cuna. ¿Por qué NO deberían ser pagados por el empleador, tal como indica la Ministra Matthei?
En cuanto a la primera pregunta, Sami Berlinski en su contribución hace ya un año en el blog argentino Focoeconomico, hace una muy buena (y breve!) revisión de la evidencia que relaciona el empleo de la madre con el desarrollo cognitivo de los niños, sobre todo para países desarrollados y concluye que “se encuentran asociaciones negativas entre el empleo de la madre y el desarrollo cognitivos de los niños (Rhum, 2004; Dustmann y Schoenberg, 2008; Baker et al, 2008), pero estos estudios no son concluyentes…y las circunstancias de las familias en Canadá son lo suficientemente diferentes a las de América Latina como para tomar este resultado con pinzas”.
Más recientemente, el artículo de Pedro Carneiro y co-autores analiza los efectos de largo plazo de las licencias de maternidad remuneradas en Noruega a fines de los 1970s y encuentra que las madres que fueron sujeto de la reforma pasaron, en promedio, 4 meses más con sus hijos. La estrategia de identificación permite concluir que esta reforma llevó a una reducción dramática (2-2.5 puntos porcentuales) en las tasas de deserción escolar en secundaria de los chicos y parecería que también hubo un impacto importante en su coeficiente intelectual (CI). Los impactos más grandes fueron entre los niños de madres con bajos niveles de educación y entre aquellos cuyas madres hubieran tomado muy poco tiempo de licencia sin la reforma. Además, los impactos sobre las tasas de deserción no fueron a través del CI, lo que sugiere que quizás haya existido un cambio importante en otro tipo de habilidades, como las no-cognitivas. Por último, el impacto parece estar concentrado en los primeros meses de vida, por lo que las preguntas que plantea este estudio conducen a pensar que tal vez es la lactancia y/o el apego materno lo que, al fin y al cabo, más importa.
Esta evidencia nos lleva a un segundo tema. Son justamente las madres con menos educación las que tienen menor acceso a buenas alternativas de cuidado para sus niños, lo que puede explicar por qué son ellas las que más se benefician de la extensión de las licencias de maternidad según Carneiro y co-autores. Por tanto, estas mujeres enfrentan dos barreras de acceso al mercado laboral: primero, su menor educación y segundo, el que su empleador va a tener que pagar parte de la guardería de sus hijos. De ahí que la probabilidad de que estas mujeres salgan del mercado laboral al convertirse en madres es altísima. Y las cifras disponibles para Argentina corroboran esta realidad: el 61,2% de las madres argentinas participa del mercado laboral, porcentaje que alcanza al 66,1% en el caso de las madres no pobres y disminuye al 48,9% de las madres pobres y al 47,1% de las indigentes, según la Fundación Observatorio de la Maternidad.
Si queremos que los hijos de las madres trabajadoras de América Latina y el Caribe empiecen bien para desarrollar su potencial a cabalidad, estos dos temas tienen que ser puestos seriamente en la mesa de las discusiones de políticas públicas.
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