Por Hugo Ñopo
Hay consenso en la academia: es muy importante invertir en el desarrollo de los niños tan temprano dentro de su ciclo de vida como sea posible. Y para hacer esta inversión de la manera más costo-efectiva, es necesario combinar los esfuerzos de la política pública con los de los hogares. Es así como los hogares asumen, una vez más, un rol importante dentro del desarrollo de nuestras sociedades.
Al reconocer y resaltar el rol de los hogares vale la pena indagar un poco más sobre cómo se dividen las tareas entre hombres y mujeres. Esto es especialmente importante en la región, en donde la disparidad de género es muy marcada. Encuestas de hogares sobre uso del tiempo en Colombia, Ecuador, Guatemala y México revelan que los hogares necesitan, en promedio, entre 15 y 20 horas semanales de trabajo para un funcionamiento adecuado. Si los hogares cuentan con niños pequeños o personas con discapacidad, esta cantidad de horas puede aumentar hasta un 50%. Es aquí donde encontramos el dato importante de resaltar: 80% de este trabajo doméstico no remunerado está a cargo de mujeres.
La sobrecarga de trabajo doméstico no remunerado para las mujeres implica menores posibilidades de desarrollo en los mercados de trabajo. Esto sucede no sólo porque el número de horas que las mujeres pueden dedicar a sus trabajos es menor que el de los hombres sino también porque la concentración o dedicación que le pueden dar a sus empleos se ve muchas veces disminuida por las responsabilidades adicionales. Con estas limitantes, las mujeres pueden esperar una menor productividad y, por lo tanto, menores salarios y menores posibilidades de ascenso y promoción a lo largo de sus carreras.
En un estudio que publicamos hace poco (en inglés “New Century, Old Disparities. Gender and Ethnic Earnings Gaps in Latin America and the Caribbean”), destacamos que la participación laboral femenina se estanca y la razón son estas responsabilidades adicionales dentro del hogar. Las mujeres buscan participar en empleos que les briden mayor flexibilidad, es decir, a tiempo parcial, en empresas pequeñas, en el auto empleo y también en la informalidad. Así, mientras 25% de las mujeres que trabaja lo hace a tiempo parcial (30 horas o menos de trabajo semanal) sólo 10% de los hombres se encuentra en esta situación.
Dicha flexibilidad del empleo femenino significa menores salarios. Las disparidades salariales entre hombres y mujeres son más marcadas precisamente en estos segmentos flexibles de los mercados de trabajo. A su vez, en nuestros países no existe todavía una tradición de empleo a tiempo parcial como sucede en países desarrollados. La oferta de empleos a tiempo parcial es aún limitada y por eso las mujeres latinoamericanas acaban, en gran medida, generando su propio empleo. Esto puede explicar por qué en nuestra región el autoempleo es tan alto y de productividad tan baja en comparación con otras latitudes.
Pero volvamos al punto de partida. Ahora que se viene generando cada vez más conciencia sobre la importancia de proveer a los menores un ambiente propicio para su desarrollo pleno, resulta clave vincular esta discusión a la de la equidad de género. Con un reparto más equitativo de tareas y responsabilidades al interior de los hogares, no sólo se consiguen hogares con balances más justos (lo que traería consigo una serie de beneficios sobre la armonía de los mismos) sino que también se permite potenciar la capacidad generadora de ingresos de los hogares.
Cierro con una pregunta polémica. ¿Quiénes deberían asumir el costo de nuestra función social procreadora? Pese a los posibles argumentos que se pueden esgrimir sobre la división del trabajo al interior de los hogares, cargarlo de manera tan desproporcionada sobre las mujeres probablemente no es una opción muy inteligente, ¿ustedes qué creen?
Hugo Ñopo es un Economista Líder en la División de Educación del BID, con una trayectoria de trabajo analítico en temas laborales.
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