Me encuentro trabajando en un área periférica de la ciudad de Lima. Hacia donde mire solo veo un mar de casitas frágiles que cubren las lomas secas. A lo lejos escucho perros ladrando y miro a un grupo de niños que corre pateando una pelota en medio de una nube de polvo. De adentro de una de esas casitas, escucho la voz de una madre que reprende a su hijo e inmediatamente un alarido del niño. Probablemente acaban de darle una nalgada.
El trabajo que me ha traído hasta este lugar supone visitar a familias con niños menores de dos años y conversar con las madres sobre la crianza y el desarrollo de sus hijos. Me llama mucho la atención la edad de estas madres a quienes visitamos: un gran número de ellas son adolescentes. En el transcurso de la entrevista, reconstruimos la historia de vida de estas madres y de sus familias: mujeres jóvenes, que no concluyeron sus estudios secundarios, que tampoco tienen un empleo o se dedican a alguna actividad fuera de su hogar. Muchas de ellas viven con sus suegros en casitas oscuras, sin ventilación y con hacinamiento. Mientras observo a estas jóvenes, no puedo dejar de preguntarme si la trayectoria de vida que las llevó a convertirse en madres adolescentes fue una que ellas escogieron o si no fue solo el resultado de una serie de circunstancias de desventaja que les rodearon desde niñas.
Me impresiona la precariedad de las condiciones de vida en esos barrios de las afueras de Lima. El barrio donde estoy es uno de centenares de “invasiones”, donde se habían instalado los nuevos residentes urbanos de un país cuyo crecimiento económico ha atraído a tantos hacia la capital. Aun en medio de la miseria, mientras visitamos a los hogares, podemos ser testigos de momentos de alegría en la vida cotidiana de esas familias. Observo mucha ternura entre las madres y sus bebés y una disposición enorme a amamantarlos según los niños lo demanden (¡una buena práctica de lactancia de la cual es tan difícil convencer a otras madres!). Observo muchos besos, caricias y sonrisas durante el amamantamiento y cuando nos cuentan de sus hijos hablan con orgullo y amor
No obstante, en mi jornada también percibo que estas relaciones de calidez no duran mucho tiempo. Apenas los niños empiezan a moverse con independencia, muchas madres disciplinan a sus hijos con gritos, amenazas y hasta con golpes y nalgadas. No puedo dejar de preguntarme ¿en qué momento se desvaneció esa relación de afecto y ternura? ¿Será que al ver a sus hijos moverse con mayor independencia, las madres sienten que es momento de “empezar a educarlos”? ¿O será que llegan los hermanos, recaen mayores responsabilidades domésticas, y estas madres jóvenes proyectan su tristeza y frustración en sus pequeños? ¿O es este un reflejo de la propia experiencia de crianza que las madres vivieron?
De cara al trabajo que hacemos en el BID sobre políticas sociales y trabajo con primera infancia, traje de mi visita a Perú dos conclusiones. La primera, la urgencia de invertir mucho esfuerzo en reducir las tasas de embarazo adolescente en la región. Una rápida revisión de las cifras del Banco Mundial (disponibles desde 2005 hasta 2012 apenas para 12 países en la región) revela que entre 12 y 26 por ciento de las mujeres de 15-19 años han tenido un hijo o están embarazadas (con un promedio no ponderado de 20%). Coincidentemente, en ese grupo de países Perú se encuentra a la cabeza. De ahí la importancia de que la construcción de la familia sea producto de una decisión voluntaria y responsable como una condición fundamental para asegurar padres y madres comprometidos con la crianza de sus hijos. Una publicación reciente del BID aborda precisamente este tema. En esta misma línea, el BID, a través de la Iniciativa Salud Mesoamérica 2015 está implementando una intervención innovadora en Costa Rica, en la cual se fortalecerán los servicios de cuidado y alimentación para los hijos de madres adolescentes que continúen estudiando y se trabajará en la prevención del embarazo subsecuente.
La segunda idea con la cual he regresado de este viaje tiene que ver con la importancia de que los currículos de los programas de desarrollo infantil que trabajan con padres y madres para mejorar sus habilidades en la crianza doten a estos adultos de herramientas efectivas que les permitan aplicar enfoques positivos de disciplina. Hace no mucho, Berna hablaba de este tema en nuestro blog. Una crianza que no se cimiente en las relaciones de respeto entre los adultos y los niños y que no promueva la empatía, la cooperación, la responsabilidad y la capacidad de resolver problemas, probablemente hará poco por cambiar las trayectorias de vida de los niños latinoamericanos que nacen en circunstancias de desventaja.
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