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Por María Caridad Araujo.

El sábado 16 de abril la costa ecuatoriana fue sacudida por el peor terremoto que ha experimentado el país en siete décadas. Las imágenes y testimonios de las poblaciones afectadas son conmovedoras. Al momento en que escribo este artículo, las cifras oficiales cuentan cientos de victimas fatales, miles de heridos y cientos de miles de damnificados. Según estimados de UNICEF citados en la prensa, habría alrededor de 150,000 niños afectados por el terremoto.

Pasado el sismo, un segundo fenómeno sacudió profundamente el tejido de la sociedad ecuatoriana. Desde las primeras horas, hemos sido testigos del mayor esfuerzo de movilización ciudadana en solidaridad con las víctimas del terremoto. Filas de personas que se acercan a donar alimentos, mantas o medicinas; centenares de voluntarios que recaudan dinero, distribuyen donaciones, construyen albergues, o hacen cíber-voluntariado. A este esfuerzo se sumaron generosas contribuciones e innumerables muestras de apoyo de otros países de América y del resto del mundo.

¿Cómo se levanta una comunidad después de una desgracia de tal magnitud? ¿Qué se necesita para iniciar las tareas de reconstrucción de la manera más efectiva posible? Estas son preguntas de mucha relevancia en el momento actual que vive el Ecuador. Al reflexionar al respecto, pienso en un concepto clave: la resiliencia, o la capacidad de los seres humanos para superar la adversidad. Es la capacidad de mantenerse a flote en medio de la tormenta, de adaptarse para no caer ante las dificultades, de manejar los problemas y la crisis sin decaer.

La resiliencia no es algo con lo que se nace. Al igual que muchas destrezas, es una combinación de nuestros genes y nuestras experiencias. En otras palabras, la resiliencia se construye a lo largo de la vida. Sin embargo, los avances científicos recientes sugieren que los primeros cinco años de vida son esenciales en la construcción de esta resiliencia. Es precisamente durante este periodo cuando se configura la arquitectura del cerebro humano y se desarrolla el mayor número de conexiones neuronales.

Precisamente por esta razón es que un ingrediente clave para la construcción de la resiliencia es la cantidad y calidad de interacciones entre el niño y su ambiente. En particular, la ciencia identifica un factor sin el cual es imposible adquirir resiliencia: cada niño necesita tener al menos una relación estable, una relación con un adulto que lo ame y le brinde apoyo y protección, sea éste su padre, madre o cuidador principal. Si esta relación, además, es cálida y receptiva, se sientan los cimientos de un desarrollo saludable.

La existencia de esas relaciones de calidad es esencial para construir las capacidades que conocemos como funciones ejecutivas y que nos permiten desarrollar aptitudes indispensables para el trabajo (como la habilidad de planificar) y para la buena salud (como la auto-regulación).

Además de la presencia de una relación de apoyo de buena calidad entre el adulto y el niño, hay investigaciones que identifican otros factores que pueden influir positivamente en la capacidad de las personas para optimizar su resiliencia ante distintos tipos de dificultades. Entre ellas, quisiera destacar una: la cantidad de experiencias que nos devuelven la esperanza o que nos conectan con tradiciones culturales. Estas pueden ayudar a fortalecer la resiliencia, actuando como un contrapeso para equilibrar la balanza cuando se encuentra descompensada por la adversidad.

A pesar de que la primera infancia es la etapa de la vida en la cual el cerebro humano es más plástico y adaptable que en ninguna otra y por lo tanto puede desarrollarse a un ritmo que no se repite más, esto no quiere decir que la resiliencia no se puede construir también más adelante. Un estilo de vida saludable, el ejercicio físico, la meditación, y otras prácticas reductoras del estrés ayudan a niños y adultos a mejorar su auto regulación y su resiliencia.

Ante la dramática situación que vive estos días la sociedad ecuatoriana, no me queda duda que las comunidades afectadas por el terremoto van a necesitar de una resiliencia muy grande para trabajar en la reconstrucción. Ante la generosa respuesta de la sociedad civil para ayudar a las víctimas, me pregunto si esta enorme manifestación de solidaridad puede, de alguna manera, traducirse en un poquito más de resiliencia.

¿Qué consejos compartirías con los ecuatorianos para fortalecer su resiliencia? Cuéntanos en la sección de comentarios abajo o mencionando a @BIDgente en Twitter.

María Caridad Araujo es economista líder en la División de Protección Social y Salud del Banco Interamericano de Desarrollo.

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Ecuador: Ante la adversidad, resiliencia
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