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por Nadin Medellín, Pablo Ibarrarán, Patricia Jara y Marco Stampini

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Casi todos los países de América Latina y del Caribe (ALC) se encuentran en una fase de transición demográfica cuya proporción de personas en edad de trabajar, de 15 a 64 años, supera a la de sus dependientes (menores y ancianos). En tal contexto, la población joven representa una oportunidad —un potencial demográfico que puede impulsar la economía. Sin embargo, la región presenta importantes impedimentos para beneficiarse con dicho potencial.

Una gran proporción de nuestra juventud está inactiva. No estudia, no trabaja ni busca trabajo. Tal es la situación del 15% de los jóvenes de 13 a 21 años de edad en la región. El problema se agudiza en las familias de menores ingresos, con el 21% de los que viven en extrema pobreza. La evidencia sugiere que la inactividad de los jóvenes es preocupante porque se asocia con ciertos riesgos que pueden obstaculizar la transición de la juventud a la adultez productiva.

De alguna manera la ociosidad juvenil en ALC se ha desatendido desde la perspectiva del género, en tanto que se ha enfatizado excesivamente su asociación con el delito y la violencia. Las mujeres constituyen la mayoría de la juventud inactiva; hay un 20% de mujeres frente a un 10% de hombres.

La diferencia entre la inactividad femenina y la masculina se debe mayormente a su participación en tareas domésticas, que por lo general no se reconocen como “trabajo productivo”. En la ausencia de instituciones que brinden apoyo a las familias proporcionando servicios de cuidado de miembros dependientes (niños, ancianos, enfermos, personas con discapacidad, etc.), son las mujeres quienes asumen mayoritariamente esa responsabilidad.

En tales circunstancias, hay oportunidades para implementar programas sociales para jóvenes a fin de mitigar el riesgo de desviarse de los estilos de vida productivos (o de ayudarlos a reencaminarse en ellos). Sin embargo, ¿sabemos qué programas funcionan bien? Todavía escasea la evidencia detallada sobre el impacto de dichos programas. No obstante, un examen de las experiencias dentro y fuera de la región nos enseña cuatro lecciones clave:

  1. Es más probable que tengan éxito los programas que combinan varias intervenciones para abordar la naturaleza multidimensional de la vulnerabilidad juvenil. Por ejemplo, un estudio realizado en los Estados Unidos demostró que la combinación de iniciativas financieras (transferencias monetarias condicionadas y subsidios para el transporte) y la prestación de cuidado de niños y servicios de asesoramiento condujeron a un aumento en la inscripción, concurrencia y retención escolar entre padres y madres adolescentes.
  2. Las intervenciones son más efectivas cuando, además de difundir información, desarrollan aptitudes concretas para la toma de decisiones a través de destrezas no cognitivas, tales como el pensamiento crítico, la comunicación y la negociación en las relaciones interpersonales.
  3. Las intervenciones que involucran a las familias son más efectivas que aquellas orientadas solamente a los jóvenes. Por ejemplo, algunas publicaciones han documentado el impacto de programas que trabajan con familias e incluyen aptitudes para la crianza de los hijos a fin de mejorar la comunicación, las prácticas disciplinarias, la regulación de límites y la supervisión.
  4. Los servicios de apoyo y mentoría —que incluyen reuniones regulares y frecuentes con consejeros calificados— tienen gran capacidad para cambiar las conductas de alto riesgo. Tal como lo manifiesta un estudio reciente, dichos programas pueden ser muy efectivos si se diseñan y supervisan minuciosamente.

En nuestra región hay países que han implementado muchos programas orientados al desarrollo de destrezas no cognitivas en los jóvenes en riesgo. Muchos de esos programas funcionan a pequeña escala. Sin embargo, hay tres excepciones dignas de ser mencionadas:

  • Ciertos programas de transferencias monetarias condicionadas (TMC) han ampliado su cobertura para mantener a los jóvenes en el sistema escolar y cumplir la educación secundaria o terciaria. A fin de maximizar el efecto del incentivo financiero, algunos programas han canalizado la transferencia monetaria directamente a los jóvenes y no a sus madres.
  • En algunos países, los sistemas nacionales de empleo otorgan prioridad de acceso a los jóvenes anteriormente beneficiados con TMC.  Para ver algunos ejemplos, lee sobre los programas Projovem de Brasil y Familias en Acción de Colombia.
  • El Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela  promueve la inclusión social y el desarrollo holístico del ser humano a través de la educación musical, con énfasis en el trabajo en equipo.

En resumen, si los países de ALC desean beneficiarse con el mencionado potencial demográfico, tendrán que concentrarse en preparar a los jóvenes para una vida adulta productiva y generar oportunidades, especialmente entre las jóvenes. De hecho, los programas para jóvenes en riesgo tienen capacidad para contribuir a dicho propósito.

Pero todavía falta mucho por aprender. Así que convocamos a una ambiciosa agenda para el desarrollo orientada a la calidad y la efectividad de los programas. ¿Qué se está haciendo por los jóvenes en tu país? Danos tu opinión en la sección de comentarios más abajo o en Twitter.

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4 lecciones en programas de juventud
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