Cuando recién llegué a Washington D.C., al ver el mapa del metro me sorprendió que se podía notar claramente que estaba diseñado con el objetivo de facilitar los viajes desde los suburbios al centro de la ciudad, donde la mayoría de la gente trabaja, pero que no permite mucho desplazamiento entre las zonas residenciales donde se encuentran las escuelas, los centros de salud o muchos servicios municipales. Y este escenario puede aplicarse a muchas zonas urbanas del mundo, también a América Latina.
Este diseño responde, en gran medida, a los resultados de las encuestas de origen y destino, que reflejan que los usuarios del transporte público se desplazan principalmente del hogar al trabajo y viceversa. En el caso de la región, los motivos principales de viajes en transporte público son el trabajo y el estudio.
Por ejemplo, en Lima el 46% de los viajes se hacen para ir a trabajar, estudiar (23%) y otros (23%). En Medellín el patrón es muy parecido: ir a trabajar y a estudiar representan un 43% y 24% de los viajes en transporte público respectivamente, mientras que las categorías “otro”, “diligencia”, “salud” y “compras” representan un total del 30%.
Sin embargo, más allá del trabajo y estudio, las otras categorías en ocasiones ocultan los motivos que muchos usuarios tienen para usar el transporte público, como son los desplazamientos para llevar a los niños a la guardería, a los padres mayores al doctor o ir al supermercado. En otras palabras, los desplazamientos relacionados con el cuidado de otros. Y dado que las mujeres son de las principales responsables del cuidado de otros -recordemos que las latinoamericanas que trabajan a tiempo completo se encargan además del 80% del trabajo doméstico y familiar-, este tipo de desplazamientos les afecta especialmente.
El concepto de movilidad del cuidado
De hecho, según un nuevo estudio que ha recolectado datos más específicos sobre estos viajes en España, cuando se analizan los datos usando el concepto de movilidad del cuidado, si bien el trabajo sigue siendo el motivo principal para viajar, los viajes relacionados con el cuidado de otros pasan a ocupar el segundo lugar con un 25%, superando así a los viajes para ir a estudiar.
Estos resultados hacen pensar que es necesario cambiar la forma en que concebimos y organizamos nuestros sistemas de transporte público, tomando en cuenta a estas usuarias que dedican un porcentaje significativo de su tiempo a las actividades de cuidado. Algunas formas de hacerlo:
- La tarifación tiene que tener en cuenta que las mujeres suelen hacer viajes más cortos o en cadena (combinando diferentes modos de transporte e incluso los desplazamientos a pie), lo que representan costos adicionales para ellas. En muchas ciudades del mundo, como París o Barcelona, existen opciones de tarifas integradas que permiten hacer trasbordos entre diferentes modos de transporte por un tiempo determinado sin un costo adicional.
- La frecuencia de los buses o metros se suele reducir en las horas no consideradas pico (que coinciden con el horario laboral), incrementando el tiempo de espera. Fomentar modos de transporte alternativos y seguros que complementen a buses y metros podría ayudar a reducir los tiempos de viaje.
- El diseño de estaciones, buses y vagones no está en general pensado para los usuarios que viajan acompañados, llevan bolsas del supermercado o carritos de bebé. Plataformas de metros y estaciones de autobuses de transito rápido (BRT por sus siglas en inglés) con andenes más anchos a los que se pueda acceder por ascensor, o vagones con puertas más amplias y mayor espacio para colocar el carrito son cambios sencillos pero que pueden hacer la diferencia entre tomar el transporte público o no.
Medidas como éstas no sólo facilitarían los desplazamientos de las mujeres, sino que además pueden suponer una mayor rentabilidad a los operadores al incrementar el número de pasajeros. ¿Conoces otras buenas prácticas en la región?
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