Por Heidi Fishpaw*
Sufragistas, con Meryl Streep, llega a los cines recreando un momento oscuro de la Inglaterra de principios del siglo XX, cuando las mujeres, especialmente las de clase baja, trabajaban en condiciones de semiesclavitud, sufriendo abusos sexuales y con una paga y estatus laboral inferior a los hombres. Cuando algunas comenzaron a cuestionar su exclusión del derecho al voto y sus condiciones de vida, fueron golpeadas en manifestaciones pacíficas, encarceladas, abandonadas y alejadas de sus familias y amigos.
Hemos recorrido un largo camino desde entonces. Sin embargo, conviene recordar que comenzamos este viaje hace menos de 100 años y que la batalla por asegurar los derechos de las mujeres sigue e incluye ahora tanto violencia externa como violencia interna(lizada).
Mucho se ha escrito sobre la violencia externa, también en este blog. En el marco de los 16 Días de Activismo contra la Violencia de Género, quiero por ello hablar de tres formas de violencia silenciosa, más difícil de identificar pero igual de tóxica.
1. Desanimar a niñas y mujeres de usar su voz y poder
Cuando las sufragistas usaron sus voces para expresar sus opiniones y exigir derechos, en el mejor de los casos fueron toleradas, con frecuencia ignoradas y, en el peor, se convirtieron en objetivo de la violencia doméstica y de Estado. Hoy, la limitación de la voz y el poder de las mujeres sigue siendo una de las formas más perniciosas e invisibles de exclusión.
A diferencia del feedback que reciben los hombres, cuando las mujeres son asertivas o muestran liderazgo son descritas como mandonas, bruscas y agresivas, o emocionales e irracionales si expresan opiniones contrarias. Una revisión de las evaluaciones de desempeño realizadas en varias compañías mostró que, aunque tanto hombres como mujeres recibían críticas, las de los hombres eran constructivas y orientadas hacia su crecimiento futuro mientras que las de las mujeres eran negativas y de carácter personal: “Puedes ser brusca a veces, necesitas tener cuidado con el tono que usas”. Ninguna de las evaluaciones de los hombres se refería a su personalidad, excepto para animarlos a ser más agresivos. Estereotipos como estos pueden explicar en parte la brecha de género que existe en la promoción profesional.
2. Mandar mensajes negativos acerca de sus capacidades técnicas y de liderazgo
Un estudio reciente que siguió a niños y niñas hasta ser adultos demuestra que, evaluados en pruebas de matemáticas y ciencias a una edad temprana y calificados sin conocer su sexo, las niñas obtenían resultados algo mejores. Y sin embargo en el aula los profesores (incluso las profesoras) tenían una retroalimentación más negativa sobre las capacidades de las niñas. Al ir creciendo, ellas eran significativamente más propensas a abandonar las clases de matemáticas y ciencias y, ya de adultas, las profesiones relacionadas con Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (CTIM). En otras palabras, la internalización de un sesgo afecta negativamente la trayectoria de niñas y mujeres.
3. Criticar los patrones del habla y el tono de las mujeres
Estudios lingüísticos demuestran que hombres y mujeres utilizan patrones del habla y tonos vocales diferentes en sus relaciones interpersonales o para mostrar autoridad, pero sólo ellas son criticadas por ello. Desde su incorporación al mercado laboral, las mujeres han recibido numerosos mensajes negativos sobre su tomo de voz –muy alto, muy bajo- o la falta de autoridad y seguridad en su discurso, que en realidad refleja su énfasis en la colaboración en vez de en la imposición. Decirles a niñas y mujeres que hablen con más firmeza o con un tono diferente es decirles que lo hacen de forma defectuosa o deficiente, cuando no es así. Una solución más justa sería que el oyente aprendiese a separar el contenido del mensaje del estilo de presentación. En resumen, que decidamos que las voces de las mujeres son dignas de ser escuchadas, punto.
¿Mi estrategia para lograrlo? Como práctica diaria, podemos liberarnos de estos obstáculos insistiendo de forma tenaz en identificar estos mensajes falsos y dañinos como lo que son, ayudando a los que nos rodean a hacer lo mismo y reafirmando las capacidades y el valor de las personas que los escuchan. ¿Cuál es la tuya?
*Heidi Fishpaw es antropóloga sociocultural aplicada especializada en Latinoamérica. Su área de especialización se centra en las disparidades de salud y la desigualdad social y de género, en las que trabaja desde la Universidad de Maryland y la Universidad Americana (ambas en EE.UU.). Actualmente se desempeña como especialista junior en salvaguardas sociales en el BID.
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