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Acabo de ver “Race to Nowhere” (Corriendo sin Rumbo—mi traducción), un documental que está siendo muy discutido en los Estados Unidos.

Este documental fue creado por Vicky Abeles, una madre que concibió esta película al ver el estrés que la escuela le causaba a su hija de doce años. La película es una crítica a la “ola” de rendición de cuenta en educación que envuelve a Estados Unidos y que se materializa en el uso—casi indiscriminado dicen sus críticos–de tests estandarizados. Esta “ola” no tiene un solo color político porque fue igualmente adoptada por la administración del Presidente Bush (No Child Left Behind) como por la del Presidente Obama (Race to the Top).

Race to Nowhere es la punta de lanza de un movimiento que desafía el concepto de “éxito educativo” medido por la cantidad de cursos de nivel universitario que los estudiantes de secundaria toman (Advanced Placement), por la cantidad–y no la calidad–de contenidos que aprenden y por sobretodo por una meritocracia estrictamente basada en el éxito individual.





Los seguidores de este movimiento apuntan a los potenciales efectos no deseados de sistema actual: la falta de trabajo en equipo, la falta de innovación y la poca creatividad. Exactamente lo contrario de lo que se busca de la educación en el Siglo XXI. En la película, Deborah Stipek, la Directora del Programa de Educación de la Universidad de Stanford, afirma que es paradójico que en China le pregunten cómo emular la creatividad e innovación de los estudiantes en EEUU, cuando el sistema norteamericano tiende a volverse cada vez más mecánico y poco creativo.

Este es un debate fascinante y muy oportuno para nuestra Región. Oportuno porque la opinión pública de nuestros países le está prestando mayor atención a la medición de la calidad educativa, y en particular, a los pobres resultados que obtenemos en test internacionales (como PISA) y regionales (como SERCE). Y fascinante, porque nos invita a pensar que es posible —y deseable—, que además de profundizar nuestro esfuerzo por participar en pruebas internacionales (y nacionales) de aprendizaje, expandamos lo que entendemos por calidad para incluir la medición de habilidades del siglo XXI aprovechando nuestros valores sociales y culturales.

Adicionalmente, nos hace preguntarnos más allá de la medición, ¿podemos pensar en nuestros valores de solidaridad, comunidad y adaptabilidad al cambio como ingredientes para una educación de calidad?

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